La construcción de los primeros edificios de carácter público y religioso, acompañados de otras obras, como patios, plazas, terraplenes, palacios y tumbas se inició alrededor del año 500 a.C., aunque el auge de Monte Albán ocurrió entre los años 300-600 d.C., cuando la ciudad vivió un desarrollo importante en todos los ámbitos; un ejemplo de ello fue la arquitectura ceremonial, que consiste en grandes basamentos escalonados, rematados por templos erigidos en honor de las deidades de la agricultura, la fertilidad, el fuego y el agua. En la arquitectura civil son notables las lujosas casas tipo palacio, sede administrativa de nobles y gobernantes; debajo de los patios de estos recintos se construyeron tumbas de piedra para el descanso eterno de sus moradores.
En la periferia de los espacios públicos se concentraba el resto de la población. Las viviendas consistían en sencillas construcciones con cimientos de piedra y muros de adobe. Dentro de la ciudad es posible que se hayan fundado diversos barrios, de acuerdo con el tipo de ocupación de sus habitantes, como alfareros, lapidarios, tejedores, comerciantes, etcétera. Se calcula que para esta época la urbe llegó a cubrir una extensión de 20 km2 y la población alcanzó una densidad de 40 000 habitantes.
Todo indica que Monte Albán logró su expansión a través de la conquista militar, de la captura de los gobernantes rivales y del pago de tributos de los pueblos sojuzgados. Entre los productos recolectados como impuesto y otros más obtenidos por intercambio estaban diversos alimentos, como maíz, frijol, calabaza, aguacate, chile y cacao.
En el periodo de florecimiento, las expresiones culturales demuestran una diversificación de las actividades productivas y artesanales. En Monte Albán se fabricaron enseres de barro para el uso cotidiano: platos, ollas, vasos y cajetes, e instrumentos de piedra como cuchillos, puntas de lanza y navajillas de obsidiana y de pedernal.
Es claro que había un contraste definido entre la vida doméstica de la mayoría de la población y la de aquellos grupos minoritarios de sabios, sacerdotes y curanderos, los cuales concentraban el conocimiento, interpretaban el calendario, predecían los fenómenos celestes y sanaban a los enfermos. Bajo su guía se edificaron monumentos, templos y estelas, y también dirigieron las festividades y sirvieron de intermediarios entre los hombres y las deidades.
Alrededor del 700 d.C. comenzó la decadencia de la ciudad; las obras constructivas a gran escala cesaron, al tiempo que sobrevino una importante reducción de la población; muchas áreas habitacionales fueron abandonadas; otras más se amurallaron para detener al acceso de los ejércitos invasores. Es posible que el ocaso de la ciudad se haya debido al agotamiento de los recursos naturales, o posiblemente a la pugna de los grupos internos por el poder. Ciertos datos sugieren el derrocamiento de los dirigentes por parte de las clases sociales menos favorecidas ante el evidente grado de desigualdad que había prevalecido y ante la falta de oportunidades de acceder a los bienes de consumo.
La urbe zapoteca permaneció desocupada por varios siglos, pero alrededor del año 1200 d.C., o quizá un siglo antes, los mixtecos, venidos de las montañas del norte, comenzaron a sepultar a sus muertos en las tumbas de Monte Albán; los mixtecos trajeron consigo nuevas tradiciones que se advierten en los estilos arquitectónicos; también trabajaron la metalurgia, fabricaron libros pintados tipo códice e introdujeron varias materias primas y diferentes técnicas para la elaboración de piezas de cerámica, concha, alabastro y hueso.
El ejemplo más evidente de estos cambios culturales lo representa un tesoro excepcional, de clara manufactura mixteca, que se encontró en la Tumba 7, descubierta en 1932. Sin embargo, la metrópoli asentada en lo alto de la montaña jamás recobraría su esplendor, quedando como un testigo mudo de la grandeza de los ancestros que habitaron estas tierras.
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